martes, agosto 29, 2006

¿Que importa?

Mirando hacia abajo pensaba en todas las cosas desconocidas que tendría que afrontar completamente solo a partir de ahora. Sin ninguna otra ayuda que su propia mente, y separado de todos aquellos a los que alguna vez había querido y apreciado.
Desde ese punto podía ver perfectamente el pueblo en el que había pasado todos los años de su vida, y aunque no sentía una gran tristeza por dejarlo, era lo único que había conocido, por lo que no podía evitar que un fino velo de melancolía cubriera su corazón y lo comprimiera contra su pecho.


Pensándolo bien. Nunca había tenido muy buena relación con los muchachos del pueblo, no tenían nada en común y él siempre prefería tumbarse en la hierba en lugar de darle patadas a una pelota o meter la mano en el estanque para coger sapos. Lo que muchas veces provocaba que se rieran y burlaran de él, y que casi siempre derivaba en bromas pesadas.
Con el tiempo decidió que era mejor quedarse en su casa pero como todos los padres, los suyos insistían continuamente en que saliera a “divertirse” y se preocupaban al verle siempre dentro de la casa o tumbado en los campos o en las cuadras.


Cierto día, cansado de la insistencia de sus padres accedió salir, pero en lugar de ir al pueblo decidió emprender el camino que subía hacia la tranquilidad de la vieja Ermita que una vez albergo los rezos y devociones de la gente del pueblo.
Con el tiempo, y con la construcción de una iglesia más grande en el pueblo la Ermita fue abandonada y ahora estaba dominada por el moho y las madreselvas que se aventuraban a escalar sus paredes. Con el techo semi-hundido y los portones de madera podridos, la calida humedad que había dentro de la Ermita proporcionaba a Adrian un lugar alejado y olvidado del resto del mundo. Aunque en las tardes de verano prefería apoyarse a la sombra de la fresca tapia musgosa, desde la que unos metros mas allá aun podía ver alguna que otra cruz de madera o hierro oxidado del olvidado camposanto.

A partir de ese día, la vieja Ermita se había convertido en el único lugar donde podía ir siempre que quisiera y donde se sentía realmente a gusto y en paz, y podía pensar y soñar.
Hoy volvía de hacer la que seguramente seria su última visita a ese lugar tan especial antes de marcharse y dejar a miles de kilómetros todo cuanto conocía, para encontrarse con un mundo en el que no creía que pudiera encajar bien.

Aunque realmente nunca había encajado en ningún sitio, ni en su casa, ni en su familia, ni en su pueblo…



-Asique… ¿Qué importa? - Pensó Xazak-.