martes, mayo 23, 2006

Otra vez no

Kate caminaba por el bosque, apartando las ramas para poder avanzar. Delante de ella Faizban, un halcón único por el color de su plumaje, le mostraba el camino. Llegaron a un claro donde Hellia, la madre de Kate, acomodaba a una lechuza exhausta en uno de los nidos artificiales. En la mano libre sostenía una carta.
Un escalofrió recorrió a Kate, que habría salido del claro de no ser por el halcón, que con un graznido avisó Hellia.
-Por fin has llegado. –no levantó la vista de lo que estaba haciendo- Tengo algo importante que decirte.
-No tendrá nada que ver con esa hoja, ¿verdad? –ya conocía la respuesta, pero quería posponer la noticia el mayor tiempo posible. La última carta de ese estilo hizo que su padre abandonara el país (por motivos "laborales") y que su madre y ella se mudaran a otra ciudad.
-¿Por qué, Señor, me castigas con una hija tan lentita? –levantó la cabeza y suspiró para señalar su impaciencia. Kate sonrío. Era la forma que su madre tenía de decir que a ella tampoco le agradaba la situación- Tienes que ir a Londres a estudiar.
“¿Qué habrá allí que no haya en Finlandia?” Tenía ganas de ir a un sitio nuevo pero tampoco quería dar vueltas a lo tonto.
-¿Cuál es el problema? ¿Y qué pinto yo ahí? -su madre ignoró las preguntas.
-Tendré un ojo puesto en ti, –señalo a Faizban- a saber de lo que eres capaz –le revolvió el cabello como solía hacerle de niña –Tu padre te espera en casa. -la chica no podía creerse lo que acababa de oír - Y por cierto, antes de ir al aeropuerto tenéis que recoger a Aracne en el parque de hielo.
-Pues nos vemos luego, cuando vuelvas - salió corriendo con Faizban volando a pocos metros por encima de ella, en busca de su padre, mientras su madre seguía cuidando de las otras aves .
Echaría de menos este bosque, los pájaros a los que su madre cuidaba, las caminatas por los acantilados y también a Hellia, que, aunque pasaba la mayor parte del tiempo entre los árboles, siempre había sabido solucionar los extraños incidentes que rodeaban su vida . Pensaba en todo esto para evitar que otras cosas vinieran a su cabeza.
Pero aún así las preguntas atormentaba su mente:"¿Habrá cambiado algo mi padre tras todos estos años? ¿O será un extraño?¿Qué hay tan importante para que Aracne y yo salgamos del país y para que mi padre venga desde donde quiera que haya estado para acompañanos?¿Qué es lo que oculta la familia?¿Sabrá algo Aracne?...".
Cuando por fin llegó se paró ante el desconocido que esperaba a la puerta. Los años, el estrés y la preocupación habían encanecido sus cabellos y su rostro estaba surcado por arrugas de toda clase. Su traje apenas se movía mientras hojeaba frenéticamente las notas de algún trabajo. Ese hombre, atareado y estirado, no tenía nada que ver con aquél que siete años atrás se despidió de ella.
Pero entonces se giró le sonrió, y sus ojos reflejaron el mismo amor de siempre, y de ese modo se dió cuenta de que nada había cambiado, de que ese seguía siendo su padre después de todo.
-Me alegro de verte. ¡Vaya!, cuanto has crecido.