lunes, junio 26, 2006

Haciendo nada en ninguna parte

El sol descendía lentamente hacia el horizonte, dejando tras de si una estela de rayos anaranjados que iluminaban la cara oeste de la montaña. En uno de sus puntos mas altos se adivinó le casi imperceptible movimiento de una persona la cambiar de posición.
Recostada sobre las rocas, Kate cantaba suavemente una canción, segura de que nadie la oiría. Observaba el atardecer, el suelo, el cielo; el presente. Pero sobretodo observaba el pasado, la llegada de su padre y la noticia de su partida, y el futuro, todo lo que podría salir de eso.
Decir si a ser libre… detuvo la melodía en ese punto
-¿Cómo se puede ser libre si estas dos piernas me encarcelan a la tierra y al suelo? ¿Si mis brazos, al agitarse, no hacen que mi cuerpo se eleve y surque los mares del cielo?- dijo lo primero que se le ocurrió al ver a Faizban moviendo sus alas, incapaz de mantenerse quieto. El halcón se había tomado muy en serio el cometido de vigilarla y no se había separado de ella en todo ese tiempo, cosa que hacía gracia a Kate, tener un pájaro como guardián, vigilante y… protector? Mirando a eso ambarinos ojos, reflejo de una misteriosa inteligencia, uno dudaba de encontrarse ante una simple ave de cetrería- Sería un medio de transporte muy útil e higiénico. Si tienes alas no consumes gasolina, aunque claro, te acabas cansando… pero la sensación del viento al pasar entre las plumas debe ser increíble, no es lo mismo volar por tu cuenta, sin nada, que dentro de una cabina, donde, vale, te diriges a donde quieres y vuelas y puedes hacer alguna que otra pirueta, pero dependes de ese cacharro de metal. –hablaba por hablar, sin dirgirse a nadie, sin querer decir nada. Por escuchar su propia voz y cerciorarse de que está no había cambiado. De que, a pesar de todo lo que estaba ocurriendo, había cosas seguían como siempre.
Una parte de Kate estaba encantada con todo esto: por fin iba a salir de Finlandia, iba a ver mucho más que esa ciudad en la que había pasado tanto tiempo, iba a estudiar a no se que sitio que, aún sin saber nada de él, le parecía algo completamente diferente a su escuela, iba a conocer un país con unas costumbres extrañas y otras no tanto, había vuelto a ver a su padre, parecía que todo lo que debería haberle ocurrido a lo largo de su vida se juntase en una sola tarde. Pero la otra parte temía perderse entre tanto cambio, temía convertirse e algo completamente diferente. No es que Kate se considerara perfecta, sino que no quería perder su identidad, permitir que lo todo ese mundo nuevo la modelase a su antojo era demasiado fácil, solo dejarse llevar, y a la vez peligroso, el resultado podría ser horrible.

Tras pasar unas horas con su padre, intercambiando noticias y poniéndose al día de lo que les había ocurrido, Kate había sentido la necesidad de salir de allí, de repente resultaba incómodo estar con alguien a quien hacia tanto que no veía, hablando sobre un viaje que sólo unas horas antes hubiera resultado impensable. Con excusas poco convincentes había salido de su casa, dejando que sus pies la llevasen a cualquier sitio.
No se sorprendió mucho al encontrarse a los pies de aquel risco.
Allí el tiempo y el espacio dejaban de tener sentido. A esa altura, viendo los enormes árboles convertidos en simples miniaturas, la mente tendía a vagar sin rumbo fijo entre ideas y recuerdos. Aquel lugar le pareció idóneo para detenerse un segundo antes de reincorporarse al movimiento constante del día a día que, a pesar de lo que parecía un acontecimiento que marcaría un antes y un después para ella, no había parado en su avance constante. Se había sentado y dejado correr las horas, sin hacer nada en particular. El halcón, por algún motivo que sólo él conocía, no se había separado de ella en ningún momento.
Ahora que empezaba oscurecer y que no podía alargar más su estancia en ese ningún sitio comenzó el descenso. El camino, de tanto utilizarlo, se lo conocía de memoria y no presentaba ningún problema cruzarlo de noche, pero no quería preocupar a su padre, que al no estar acostumbrado a sus habituales “desapariciones” estaría preguntándose si le había pasado algo.

jueves, junio 22, 2006

Arrivederci

Lo primero que Lenny notó al despertar, era un intenso calambre que le recorría de abajo a arriba los músculos de la espalda. Tenía la boca pastosa, los ojos legañosos, y le dolía todo el cuerpo por la postura en la cual había pasado la noche.
*Maledizione! Necesito un masajista*
Lenny se incorporó. Había pasado la mañana durmiendo en la hierba, tras caminar hasta donde le permitieron los pies y el sueño inundó su mente. Estiró todo lo que pudo las extremidades de su desgarbado cuerpo cuan largas eran hasta escuchar el característico "¡crac!". Con pasos pesados y lentos, se acercó a una fuente próxima mientras bostezaba, y se acuclilló frente al grifo.
El agua brotaba, al principio marrón, y más tarde semitransparente, con la fuerza que le producía la presión interna. Lenny se enjuagó la boca para quitarse el mal sabor que le producía su saliva, y se refrescó la cara con el líquido. Tras asearse como buenamente pudo, miró desilusionado a su entorno, como buscando un cepillo de dientes y una toalla. Tras unos instantes de pereza, volvió a levantarse y se encaminó hacia su jersey, que lo había utilizado como almohada para dormir.
El sol había despuntado hacía varias horas, y pegaba con fuerza sobre la blanca piel de Lenny. Varios transeúntes terminaban su paseo matinal, y al pasar por el camino junto a él le miraban curiosos, algunos riendo, otros con indiferencia, y alguno, haciendo gala de su arrogancia, soltó algún comentario despectivo que Lenny alcanzó a escuchar "¡¡Quegli adolescenti pazzeschi..!!".
La piel de Lenny ardía, pidiendo a gritos un poco de sombra. Su estómago rugió, y el pobre Lenny experimentó, tras su relajada caminata nocturna, una avalancha de urgencias con las que no contaba. Recogió sus cosas, e hizo un análisis de la situación. Necesitaba aseo, desayuno, un baño, y tenía que preparar su equipaje. Estaba aproximadamente a 3 horas a pie de su casa, y como prácticamente ya era mediodía, decidió que no podía permitirse regresar a pie.
Se saltó el desayuno para pasar directamente a la comida. Paró en un restaurante de comida mala llamado "I denti grassi" y se comió una ensalada gigantesca acompañada de un par de vasos de zumo de naranja. Estaba cansado de esos puestos de pizza malos que entusiasmaban a los turistas. Observó como dos personas se abrazaban, un hombre y una mujer, antes de que esta subiera al tassì.
-Arrivederci, Paul, di ciao di voi.
-Arrivederci....
El coche emitió un rugido al tiempo que la puerta trasera se cerraba. La mujer, sonreía por la ventana mientras se despedía dulcemente con la mano, al tiempo que el coche formaba una suave curva para alejarse de la acera e incorporarse al tráfico. Lenny observó el fondo de su vaso, en el que quedaban restos del recuerdo del zumo que acababa de tomar. Melancólico, se preguntaba si alguien lo echaría de menos, y entonces pensó que no podría salir de Italia sin despedirse de Isabelle.
Con cierta urgencia, indicó al camarero que se aproximase a su mesa para cobrarle la comida, y tan pronto como hubo abonado su precio se encaminó hacia una calle de tiendas. Encontró una que le llamó la atención, "Agua de la luna", en la que vendían numerosos artículos de regalos, que descansaban colocados en hileras de estanterías, o expuestos en el escaparate, cada uno con un pequeño trozo de papel que indicaba los euros que costaba, atado con un pequeño cordel.
Lenny empujó la puerta de cristal, que produjo un suave tintineo al chocar con unas campanas colgadas del techo junto a ella. Las paredes estaban decoradas con colores cálidos y colores fríos, contrastando en perfecta armonía, y diviendo la tienda en dos. Maravillas listas para regalar se reflejaban en los ojos de Lenny. Diarios de cuero, plumas, figuras de porcelana de todo tipo, artesanía, plantas, inciensos, ropa, tarjetas, velas... Lo primero que captó la atención de Lenny fue el intenso olor que se concentraba en aquella sala. Era un olor agradable, relajante, y a la vez incitaba a mirarlo todo con gran interés. Sus ojos recorrieron uno por uno todos aquellos objetos cien veces manoseados por curiosos y viajeros, y su atención se centró en (como no) una figurita de porcelana pintada a mano.
La figura representaba a una mujer de edad muy avanzada. Su cuerpo, su cara, sus arrugas, incluso su ropa desgastada, indicaba el cansancio de una vida entera de trabajo y dedicación. Sin embargo, su postura vital, y la expresión amable de su cara transmitían gran energía. Sus ojos irradiaban bondad y sabiduría, y alrededor de aquella anciana mujer se encontraban 5 bebés jugando a gatas por el suelo. Una chimenea con una sopa a medio preparar, un ovillo de lana descansaba sobre las rodillas de la mujer, esperando terminar un suéter verde que cosía para alguno de esos niños. Aunque el suelo parecía rústico, todo gozaba de un orden y una limpieza que sólo una mujer activa sabe dar. Esa imagen, una imagen protectora, atenta, capaz y bondadosa, era la imagen que Lenny guardaba de Isabelle. Y no se le ocurrió mejor forma de agradecerle todo lo que hizo por él que regalándosela.
La estatua medía 15 cm´s de altura, y era bastante cara-*Pero si voy a estar con Jenny no me faltará el dinero*-, así que Lenny tuvo que sacar todo su dinero, temiendo que no le quedase ni para el transporte que necesitaba. Sin embargo, fue suficiente.

Faltaba media hora para que su avión saliese, y Lenny acababa de terminar con la organización de la casa. A pesar de ser un hogar con escasa decoración, se sorprendió por la cantidad de tiempo que le costó colocar, guardar, barrer y fregar. Como sabía que no volverían en mucho tiempo, tapó todos los muebles con sábanas blancas, y cerró ventanas y persianas. Cortó el agua, el gas y la luz, y echó un último vistazo a su casa, que tenía un aspecto mucho más triste del que solía tener. "Me dejas sola", parecía decir cada rincón del oscuro apartamento, y Lenny sintió una punzada de angustia cuando comprendió que, de algún modo, de iba para siempre.
Él suponía que volvería en un futuro, pero sería más mayor, mucho más maduro. La experiencia habría marcado su vida, variado su comportamiento, y modificado radicalmente su forma de ver y de pensar. Su cuerpo habría terminado de desarrollarse, y sería más alto y fuerte cuando regresase. De algún modo, el joven Lenny que cerraba la puerta de su casa y echaba un último vistazo a la desconchada y amarillenta pared, nunca volvería.
Y eso, sin duda, le hacía aún más difícil despedirse de Isabelle.
Bajó las escaleras con un torrente de pensamientos y sentimientos persiguiéndole, y se detuvo frente a la puerta de su vecina, su amiga, su madre. Tragó saliva, y se acercó para llamar al timbre. La puerta se abrió antes de que sus dedos llegasen a rozar el plástico, y el rostro amable de Isabelle apareció tras la madera.
-Ay, piccolo, pensé que ya no ibas a venir a despedirte de tu pobre Isabelle... Pasa, pasa...


domingo, junio 04, 2006

Adiós

Una piedrecita golpeó la ventana, mientras Skël leía un libro de poesía oscura. Se asomó con dificultad porque el viento del norte golpeaba los cristales, pero pudo ver la elegante figura de la joven Aracne inmutable entre la nieve.- Ábreme la puerta. - Dijo con tono jovial y sin quebrar la voz. - Por favor.- Sí. - Skël, tan frío como siempre, esperaba su visita con fervor, pero sus actos jamás darían fe de ello.Al salir de la habitación, casi tropezó con una guitarra eléctrica que estaba conectada a su estudio de grabación, pero sin mirar si había caído al suelo o no, siguió hasta la puerta.- ¿Me esperabas? - Aracne le miró con gesto despreocupado.Skël guardó silencio.- Tengo algo que decirte. - Aracne comenzó a quitar los botones de su largo abrigo negro, y cuando terminó se lo tendió con una sonrisa. Skël cogió su mano y la besó como saludo.Aracne sonrió.- Siempre tan formal. - Dijo mirándole a los ojos.- He terminado de editar las canciones que hicimos juntos.- Bórralas. - Aracne entró y se sentó en el sillón, de color negro, como el resto del mobiliario.- ¿Por qué motivo? - Skël jamás habría esperado aquella respuesta.- Porque me voy. - Aracne le miró a los ojos y sonrió.- Que... ¿Qué te vas? - Skël no daba crédito a lo que oía. Por muchas veces que él la hubiera traicionado y viceversa, él daba por hecho que nunca se iría de su lado.- Me voy.- ¿Adonde?- A Londres.- ¿Por qué?- ¿De verdad pensabas que esto duraría para siempre? - Aracne le miró sonriendo. - ¿De verdad no has "escuchado" las canciones?- Sólo pongo el ritmo. - Skël no sabía que pensar.Aracne se acercó a la gran máquina del estudio, Skël estaba apoyado en ella. Aracne se acercó tanto que casi rozó sus labios y le dio al botón de play.Pronto se escuchó un inanimado sonido de bajo eléctrico, y una melodiosa voz casi quejumbrosa, sombría entre tanta nostalgia, que cantaba:

Mi corazón, entre la oscuridad, espera a encontrarte convirtiendo mi alma en el dolor más intenso.En los jardines de mi memoria, la promesa que hicimos, para ser destruida, todavía frecuenta mi sueño.No abriré mis ojos, temerosa de que vuelva a morir en tus brazos de nuevo.La salvación nos espera, en lo más profundo de la oscuridad, sola y asustada, con la promesa de morir por tu amor...Y ahora que soy libre de las cadenas que me ataban a ti...Estoy pérdida.Muy pérdida.Sujétame en tus brazos y cántame tu hermosa canción.

Aracne cantó acorde con la melodía que ella misma había compuesto, mirando a los ojos a Skël.Skël no sabía que decir. - Yo, solo... - Aracne dio la vuelta haciendo que su falda de encajes se elevara un poquito con el viento. - Lo siento.- Es tarde. - Aracne volvió a mirarle y sonrió. - Pero... - Se acercó más a él y le susurró. - Eso no significa que no podamos follar por última vez....Skël, lleno de ira y odio hacia sí mismo, cogió a Aracne con fuerza y la besó.***

¿Por Qué?

Tendido sobre la verde hierba y al fresco que le proporcionaba la sombra de una pequeña tapia de pizarra, Adrian dormitaba con un libro cerrado en la mano. Seguramente estaría soñando con aquel caballo Lipizzano que tanto le gustaba cuando era pequeño.
De todos los caballos que habían tenido aquel era el ejemplar preferido de su hermano y cuando, a ultima hora de la tarde, lo montaba en su finca, Adrian siempre conseguía que le diera unas vueltas a el también haciendo caso omiso de las ordenes de su madre para que se acostara.
Y mientras Adrian se agarraba a la cintura de su hermano, este le contaba que esa raza de caballo, mezcla del árabe y español, era la mejor que existía: ágil y esbelto, fuerte, dócil, fiel…. Y con esas palabras Adrian siempre se dormía mecido por los pasos del animal. Entonces su hermano lo cogia en brazos y sin despertarle lo llevaba a su habitación para meterlo en la cama, y Adrian soñaba durante toda la noche con aquel caballo blanco.
Ahora, años después, soñaba que el mismo galopaba a lomos de ese caballo por las praderas y los montes de su ciudad, llevando al limite tanto al caballo como a si mismo, para luego descanar en la orilla de un lago y contemplar como el cielo, el agua y los árboles perdían sus vivos colores que no dudaban en escapar horizonte abajo junto con el Sol.

El crujir de las ramas y hojas secas le hizo volver a la realidad y abriendo un ojo se incorporo en la hierba a tiempo para ver como Yadle, su pequeña y andrajosa elfa domestica, se acercaba cuidadosamente a el.
-Eh… siento molestarle joven Amo, pero tiene una visita, una chica, amiga suya creo –dijo la elfa nerviosamente-.
-Ya voy –murmuro Adrian agitando la cabeza para espabilarse-.
Se levanto dejando el libro en el suelo donde había estado tumbado y se dirigió con paso rápido a la puerta del patio donde le esperaba Claudia. Cuando llego con ella se paro y antes de que pudiera decir una palabra, ella le dio una sonora y dolorosa bofetada.
-¡Eres un estupido! – dijo ella con lagrimas en los ojos, y se lanzo contra el pecho de Adrian abrazándole y llorando desconsoladamente- ¿porque tienes que irte?

Sorprendido y sin saber como reaccionar, Adrian abrazo a Claudia y la beso en la frente mientras esperaba a que se calmara, cosa que hizo en un par de minutos.
-¡Te odio! –volvió a gemir Claudia sobre el pecho del muchacho– ¿porque no me dijiste nada? –ya había levantado la cabeza y le miraba con sus pequeños ojos negros-.
-P…perdona. No es que no quisiera que lo supieras –tartamudeo Adrian- es que sabia que si te lo decía la despedida seria insoportable.
-¿Pero porque? ¿Porque te vas? –la mirada de la joven era suplicante, exigía respuestas, pero unas respuestas que Adrian no podía darle- ¿ya no quieres estar conmigo?

Adrian continúo en silencio y la apretó fuerte contra su pecho, Claudia y el habían sido como hermanos desde que eran pequeños, y aun lo eran. Era la persona que mas quería y apreciaba, y de la que menos quería separarse

-Claro que te quiero –mientras decía eso separo a Claudia de su pecho- pero tengo que irme. Espero que me perdones.

Adrian se dio media vuelta y comenzo a andar hacia su casa, dejando a Claudia alli sola, llorando.
-¿Por qué? –pero nadie oyó su susurro- ¿por qué?